viernes, 1 de abril de 2011

Suplemento Radar, Página 12

DOMINGO, 17 DE ENERO DE 2010

Domingo, 17 de enero de 2010

Añejo W
La compulsión de la conexión y la ansiedad de la inmediatez. La información disuelta en un océano de fragmentos. El pensamiento epigramático y veloz. El ocaso de la contemplación. La obsolescencia de la memoria individual. La nueva conciencia colectiva. Las comunidades que florecen. El saber al alcance de la mano. La Verdad astillada en verdades. La difusa frontera entre trabajar y pavear. Como todos los años, el sitio Edge.org –que reúne a los intelectuales, científicos y artistas más brillantes del presente preocupados por el modo en que la ciencia está cambiando nuestras vidas– organizó su pregunta anual entre sus miembros. Esta vez: ¿Cómo está cambiando Internet tu forma de pensar? Y como todos los años, Radar reproduce algunas de las mejores respuestas.
Por Carlos Silber
Vino de lejos e hizo parecer todo muy pero muy cerca. Y eso que, más allá de las visualizaciones tan lisérgicas, tan rizomáticas que deslumbran como si fuera un árbol de Navidad recién encendido, nadie sabe en verdad cómo luce, cómo late, en qué devendrá en los próximos años. O si es que piensa por sí misma y al hacerlo nos piensa a nosotros. Lo cierto es que Internet se infiltró en la vida de la gran mayoría de la humanidad (sí, es cierto, aún hay personas que no saben ni lo que es una computadora) como un trampolín para saltar y hundirse en el mar de la información.
Internet –“la naciente nación, el nombre del nuevo mapa geográfico, el modificador del espacio y el tiempo humanos”, como dice el gran sociólogo argentino Christian Ferrer– se infiltró en nuestra piel. Digerido el impacto de su repentina aparición, ahora a la Red se la siente. Su velocidad, su ubicuidad, su ruido sordo se aprecian en el cuerpo incluso cuando la computadora finalmente se calla.
Nadie lo quería admitir hasta que en julio de 2008 un periodista especializado en temas tecnológicos llamado Nicholas Carr escribió un artículo en la revista The Atlantic titulado “¿Nos está haciendo estúpidos Google?”. Ahí dejaba caer como una bomba: “Mi concentración se pierde tras leer apenas dos o tres páginas –confesaba–. Me pongo inquieto, pierdo el hilo, comienzo a buscar otra cosa que hacer. Es como si tuviera que forzar mi mente divagadora a volver sobre el texto. En dos palabras, la lectura profunda, que solía ser fácil, se ha vuelto una lucha. Y creo saber qué es lo que está ocurriendo”.
Unos lo criticaron ferozmente, otros lo aplaudieron pero la mayoría que leyó esa carta de honestidad digital dejaron de apuntar hacia afuera para ver qué sucedía por dentro. El texto de Carr se replicó tanto por la web que constituye el corazón de la pregunta de este año del sitio Edge.org, aquel que reúne a lo mejor de aquello llamado “tercera cultura” –científicos, escritores, artistas de ideas explosivas–, que cada 365 días le toman la temperatura al mundo con sólo una pregunta. En este caso: “¿Cómo está cambiando Internet tu forma de pensar?”.
“Un nuevo invento ha surgido, un código para la conciencia colectiva, lo cual requiere un nuevo modo de pensar –anticipa su editor, John Brockman–. La mente colectiva externalizada es la mente que todos nosotros compartimos. Internet es la oscilación infinita de nuestra conciencia colectiva interactuando consigo misma.”
He aquí, como recoge Radar todos los años, las 20 mejores respuestas.
Un océano de fragmentos
Por Kevin Kelly
La tecnología cambia la manera en que nuestro cerebro trabaja, así como leer y escribir cambian la manera en que nuestro cerebro procesa información. Con Internet mi pensamiento se ha vuelto más líquido. Es menos fijo, como lo puede ser el texto en un libro, y más fluido, como lo puede ser el texto en la Wikipedia. Mis opiniones cambian más. Mis intereses caen más y más rápido. Estoy menos interesado en la Verdad, con mayúscula, y más interesado en las verdades, en plural. Siento que lo subjetivo tiene un papel importante a la hora de montar lo objetivo a partir de varios datos. El progreso perseverante y creciente de la ciencia parece ser el único camino para saber algo.
Aquel sueño lúcido que llamamos Internet también borra las diferencias entre mis pensamientos serios y mis pensamientos más lúdicos: ya no puedo distinguir cuándo estoy trabajando y cuándo estoy jugando online.
La propensión de Internet de disminuir nuestra atención está sobrevaluada. Es cierto: porciones cada vez más pequeñas de información pueden dirigir toda nuestra atención. Y no sólo me pasa a mí: todos reportan haber sucumbido a las veloces, pequeñas interrupciones de la información. La cultura de Internet consiguió fragmentar y condensar grandes trabajos en menores envases: los álbumes musicales son fragmentados y se venden canciones por separado; las películas se convirtieron en trailers; los diarios se transformaron en posts de Twitter. Nado felizmente en este creciente océano de fragmentos.
Y así y todo mi pensamiento es más activo, menos contemplativo. Voy por la vida mirando, buscando, preguntando, reaccionando ante la información. No espero. Actúo a partir de las ideas en lugar de pensar sobre ellas.
La emergencia de los blogs y de la Wikipedia es la expresión de este impulso, actuar (escribir) antes y pensar (filtrar) después.
Sin embargo, la forma en que Internet cambió con más fuerza la dirección de mi atención, mi pensamiento, es que se convirtió en una cosa. Puede parecer que paso incontables nanosegundos en una serie de tweets, surfeando en páginas web o saltando de un libro a otro. Pero en realidad paso diez horas al día prestándole atención a Internet. Regreso a ella después de unos minutos, día tras día, poniendo en ella toda la atención.
Estamos desarrollando una intensa y sostenida conversación con esta gran cosa, un “inter-medio” con dos mil millones de pantallas conectadas a ella. El conjunto de estas conexiones –que incluye libros, páginas, twetts, películas, juegos, posts, streams– es una especie de libro (o película) global y estamos recién empezando a aprender cómo leerlo. Saber que esta gran cosa esta ahí y que estoy en constante comunicación con ella, ha cambiado cómo pienso.
Kevin Kelly (www.kk.org) es una de las figuras más destacadas de la cultura digital. Fundador de la revista Wired, es autor de Out of Control: The New Biology of Machines, Social Systems and the Economic World y del próximo What Technology Wants (2010).

Calorías vacías
Por Esther Dyson
Amo a Internet. Es una herramienta que cualquiera puede usar para sus propios propósitos, malos o buenos, grandes o pequeños, triviales o importantes. Y tiene una característica increíble: la inmediatez. Podés encontrar respuestas instantáneamente. Si estás solo podés conectarte y encontrar a alguien con quien chatear. Pero a veces pienso que lo único que nos da son calorías vacías, azúcar: videos cortos, posteos en blogs, tweets, pop-ups. El azúcar es tan fácil de digerir pero nos termina dejando más hambrientos que antes. Peor que eso: después de un tiempo, muchos de nosotros estamos predestinados a perder nuestra capacidad para digerir azúcar si consumimos muchas cantidades. A largo plazo, nos enferma, nos provoca indigestiones. ¿Ocurre esto con el azúcar de la información? ¿Nos volveremos alérgicos a ella?
Esther Dyson es autora de Release 2.1 y una reconocida pensadora del mundo digital.


Descartar es pensar
Por Howard Rheingold
La atención se convirtió en una habilidad fundamental. Cada segundo que paso online tomo decisiones sobre dónde depositarla. La vida online requiere de este tipo de toma de decisiones, filtrar lo que permito que entre en mi cabeza y lo que no. La vida online no es solitaria; es social. Cuando taggeo y comento un sitio, un video o una imagen, hago visibles mis decisiones frente a otros. Estas acciones involucran una habilidad tan importante como la de detectar la información basura. Y si los chicos pudieran aprender una capacidad antes de conectarse por primera vez, creo que debería ser la habilidad de encontrar la respuesta a cualquier pregunta y la capacidad necesaria de determinar si tal respuesta es adecuada o no.
El estadounidense Howard Rheingold (www.rheingold.com) es autor de Multitudes inteligentes y quien acuñó la expresión “comunidad virtual”.
La memoria al alcance de la mano
Por Gerd Gigerenzer
Internet altera nuestras funciones cognitivas: pasamos de buscar información dentro de nuestra mente a buscarla fuera de ella, potenciando exponencialmente lo que hizo la escritura y la imprenta. El hombre moderno tiene una memoria de largo plazo poco entrenada y nos cuesta recordar grandes cantidades de información. Internet amplificó esta tendencia pero nos enseñó nuevas estrategias para encontrar lo que uno quiere usando buscadores. Mentalidad y tecnología constituyen un mismo sistema extendido. Internet es nuestra gran memoria colectiva.
Gerd Gigerenzer es psicólogo y autor de Gut Feelings: The Intelligence of the Unconscious.
El que busca, encuentra
Por Marissa Mayer
No es lo que sabés sino lo que podés encontrar. Internet ha relegado la memorización de datos a la categoría de ejercicio mental o divertimento. Debido a la abundancia de información, la red crea una sensación de que todo es conocible o encontrable, siempre que se lo sepa buscar o llegar por medio de las personas indicadas. Internet potencia la toma de decisiones y el uso más eficiente del tiempo. Y simultáneamente alimenta una sensación de frustración cuando la información no está online.
Marissa Mayer es vicepresidenta de Productos de búsqueda y experiencia de usuario en Google.
La era de la liviandad
Por Lisa Randall
Internet es genial para personas desorganizadas como yo que no queremos tirar algo por temor a que termine siendo importante. Me encanta saber que todo está online y que puedo acceder a ello. Odio cuando los diarios se apilan. Adoro no tener que estar en mi oficina para chequear libros. Puedo avanzar en mis investigaciones en mi casa, en el tren o en un aeropuerto. Claro que como física teórica todo eso lo podía hacer sin Internet, pero debía cargar mucho más peso.
Lisa Randall es la Jodie Foster de la física teórica y autora de Warped Passages: Unraveling the Universe’s Hidden Dimensions.
Igualar para arriba
Por Martin Rees
Internet amplía la participación en la primera línea de la ciencia. Nivela el campo de juego entre los investigadores de los principales centros de investigación y aquellos condenados a la soledad o discapacitados por una ineficiente comunicación. La red transformó la manera en que las ciencias son divulgadas y las maneras de discusión.
Pero fundamentalmente, cambió cómo se investiga, cómo hacemos nuestros descubrimientos y cómo aprenden los estudiantes. Los experimentos, eventos naturales como tormentas tropicales o el impacto de un cometa en Júpiter, por ejemplo, pueden ser seguidos en tiempo real por cualquiera que tenga la curiosidad.
Martin Rees es astrofísico y autor del libro Nuestra hora final.
¿Qué perdemos con lo que ganamos?
Por Nicholas Carr
El medio sí que importa. La experiencia de leer palabras en una computadora ya sea una PC, un iPhone o en el Kindle de Amazon es muy distinta de la de leer un libro. Como tecnología, los libros focalizan nuestra atención, nos aíslan de las distracciones que llenan nuestras vidas. Una computadora conectada hace precisamente lo contrario. Está diseñada para dispersar nuestra atención. No nos protege de distracciones ambientales. Las amplifica.
El cerebro humano, dice la ciencia, se adapta rápidamente a su ambiente. Esta adaptación ocurre a nivel biológico en la manera en que nuestras neuronas se conectan entre sí. Las tecnologías con las que pensamos, que incluyen los medios que usamos para acaparar, acumular y compartir información, desempeñan un rol fundamental al moldear nuestras formas de pensar.
Mis hábitos de lectura y de pensamiento han cambiado drásticamente desde que me conecté por primera vez hace unos 15 años. Si bien soy ahora bastante ágil al navegar por los rápidos de la red, he experimentado un retroceso en mi habilidad de mantener la atención. La red carcome mi capacidad de concentración y contemplación. Mi mente espera ahora tomar información de la manera en que la red la distribuye: en un dinámico chorro de partículas.
Hay tantos cerebros como seres humanos. Unos encuentran en la interactividad de las pantallas conectadas el ambiente intelectual ideal para su ansiedad mental. Otros advertirán una catastrófica erosión de la habilidad humana de entablar modos de pensamiento más calmos y meditativos. Algunos nos situamos entre estos dos extremos, agradecidos por las riquezas de la red pero preocupados por los efectos a largo plazo en la cultura intelectual, colectiva e individual.
Nicholas Carr es escritor especializado en temas tecnológicos. Es autor de Does It Matter?, The Big Switch y del artículo “Is Google Making Us Stupid?” que inspiró la pregunta de Edge de este año.
Me googleo, luego existo
Por Sam Harris
Cada vez con más frecuencia dependo de Google para recordar mis propios pensamientos. Al ser algo perezoso, termino canibalizando mi trabajo: algo que digo en una conferencia lo termino incluyendo en una editorial; lo que escribo en un artículo luego es absorbido en un libro y fragmentos de ese libro terminan después en una charla. Esta migración a Internet ahora incluye mi vida emocional. Cada vez entablo más relaciones con otros científicos y escritores enteramente online.
Y eso que no estoy obsesionado con las computadoras. No pertenezco a ninguna red social. No tweeteo (aún). Y no posteo imágenes en Flickr. Pero aun en mi caso, una respuesta honesta a la advertencia del oráculo de Delfos, “conócete a ti mismo”, requiere una búsqueda en Internet.
Sam Harris es neurocientífico y carga constantemente contra la religión. Sus libros son The End of Faith y Letter to a Christian Nation.
La vida es un toma y daca
Por Tor Nyrrentranders
Cuanto más das, más recibís. Cuanto más compartís, más les importás. Internet se convirtió en un motor de la cooperación. La vida es compartir con otros lo que tenés. Usalo, compartilo, tomalo cuando lo necesites. Hay mucho allá afuera. En ecología, los desechos de un organismo son la comida de otro. Las plantas producen oxígeno como “basura” y los animales lo usamos para vivir. Nosotros producimos dióxido de carbono como desecho que luego es disfrutado por las plantas. Vivir es poder compartir tu basura.
Recién ahora la civilización humana comenzó a aprender que todo depende del ida y vuelta. Materia, energía, información, lazos sociales. Todos van y vienen. El problema del clima nos enseñó que lo que uno hace luego vuelve. Internet nos ayuda a pensar de la manera correcta: pasalo, dejalo ir, dejalo fluir. El pensamiento se renueva. Ahora sólo debemos cambiar nuestra forma de actuar.
Tor Nyrrentranders es un conocido escritor danés de libros de ciencias como The Generous Man.
Yo soy eso
Por Geoffrey Miller
Internet cambia cada aspecto del pensamiento del humano online: percepción, categorización, atención, memoria, navegación espacial, lenguaje, imaginación, creatividad, resolución de problemas, juicio, toma de decisiones. Los sitios de la BBC News y The Economist extienden mi percepción convirtiéndose en mi sexto sentido de los eventos mundiales. Gmail estructura mi atención: ¿borro, respondo o le pongo al mail una estrellita para contestar luego? Wikipedia es mi memoria extendida. Google Maps cambia cómo me muevo a través de mi ciudad y el mundo. Y Facebook expande mi entendimiento de las creencias y deseos de los demás.
Geoffrey Miller es psicólogo evolucionista.
La reproducción permanente
Por Matt Ridley
Internet es la tierra suprema de reproducción de las ideas. La evolución cultural e intelectual dependen del sexo tanto como la evolución biológica. El sexo permite que las criaturas aprovechen cualquier mutación que surja en su especie. Internet permite que las personas aprovechen cualquier idea que surja en la cabeza de alguien en el mundo. Esto cambió mi manera de pensar sobre la inteligencia humana. Internet es la más reciente y la mejor expresión de la naturaleza colectiva de la inteligencia humana.
Matt Ridley es zoólogo y autor de libros de divulgación como Genome: The Autobiography of a Species in 23 Chapters y What Makes Us Human.
Un milagro y una maldición
Por Ed Regis
Internet es, simultáneamente, el mayor ahorrador y despilfarrador del tiempo: la web aglutina prácticamente todo el conocimiento humano, accesible a un click de distancia. Una búsqueda de un dato nos hubiera llevado en otra época semanas, meses. El reverso, sin embargo, es que Internet es también una gran distracción. Leo con frecuencia la versión online de The New York Times, Google News y mi diario local. Chequeo mis acciones, el tiempo, blogs, mi mail. Por supuesto, no estoy obligado a hacerlo. Nadie me fuerza. Sólo me puedo culpar a mí mismo. Y así y todo, Internet es tan seductora considerando que es una cosa tan pasiva. No hace nada. No curó el cáncer, el resfrío, ni siquiera el hipo. Internet es un milagro y una maldición. Pero más un milagro.
Ed Regis es escritor y autor de What Is Life?
Los de fuego

Por Chris Anderson
Antes de Gutenberg, teníamos una tecnología distinta para comunicar ideas e información. Se llamaba “charlar”. La conversación entre humanos es poderosa. Evolucionó durante millones de años y consiste en mucho más que transmitir palabras de cerebro a cerebro. Hay modulación, énfasis, pasión. El espectador no sólo escucha sino que observa el movimiento de los ojos y manos del que habla, el arqueo del cuerpo, la respuesta de la audiencia. Todo esto es importante en la manera en que el cerebro categoriza y prioriza la información entrante. Leer un discurso de Martin Luther King no se compara con ver y escuchar uno de sus videos. Es una experiencia completamente diferente. Uno puede sentir la fuerza de las palabras. Uno termina motivado, inspirado.
Nuestros ancestros lo sabían bien. La gente se juntaba alrededor del fuego, de los tambores. Un respetable anciano hipnotizaba a su público al comenzar a contar su historia. Esto se ha repetido incontables veces en nuestra historia evolutiva. No es descabellado pensar que nuestros cerebros están diseñados para responder al poder evocativo y teatral del discurso.
Y ahora, como se ve en la explosión online de todo tipo de charlas, la web hace posible que esos ancianos –ahora conferencistas– consigan lo que los escritores hacen desde hace siglos: llegar a una audiencia masiva. La web nos permitió redescubrir el fuego.
Chris Anderson es uno de los curadores de las charlas TED.
No confundir con otro Chris Anderson, el editor de la revista Wired.
Los tres grandes cambios
Por Haim Harari
Hay tres cambios que son palpables. El primero es la creciente brevedad de los mensajes. Twitter, el chat, los emails abreviados a través de las Blackberrys: cada vez estamos más expuestos a más mensajes que nunca, lo que significa que la dosis de atención que le otorgamos a cada uno es mínima. El resultado es la multiplicación de miradas extremas y telegráficas sobre cualquier tema: es fácil afirmar en una oración sinsentidos como “la teoría de la evolución está mal”, “el calentamiento global es una leyenda”, “las vacunas causan autismo” o “Dios tiene todas las respuestas”. El segundo cambio tiene que ver con la disminución del rol del conocimiento práctico. Internet nos permite conocer pocos hechos, sabiendo que estarán ahí, al alcance de la mano. Pero no debemos olvidar que en el proceso del descubrimiento científico el gran desafío es hacer la pregunta correcta en lugar de encontrar la respuesta indicada. Y el tercer cambio es la enseñanza. Me sorprende cuán poco ha cambiado el mundo de la educación pero nos guste o no el cambio debe ocurrir y va a ocurrir. Y nunca va a ser igual. Las mentes y los cerebros de los chicos que están creciendo en un sistema educativo inspirado en Internet serán cableados de manera diferente a los de las generaciones anteriores.
Haim Harari es físico de la Universidad Hebrea de Jerusalén.
De la agricultura a la caza del pensamiento
Por Lee Smolin
Internet alteró radicalmente los contextos en los que pensamos y trabajamos al requerir una disposición muy activa: uno no mira Internet, más bien busca y linkea. Con respecto al pensamiento, lo que importa en Internet no es el contenido sino la nueva actividad de ser un buscador en la tienda más grande de conocimiento e imágenes al alcance de la mano. Antes solíamos cultivar el pensamiento, ahora nos hemos convertido en cazadores-recolectores de imágenes e información. Internet hace que cada una de nuestras mentes sea un nodo en una red de otras mentes en constante evolución.
El físico Lee Smolin es uno de los enemigos declarados de la teoría de cuerdas. Es autor del libro The Trouble with Physics (www.thetroublewithphysics.com).
El paleolítico digital
Por Howard Gardner
Las vidas de la gente joven está mucho más fragmentada que en épocas anteriores. La multiplicidad de conexiones, redes, avatares, mensajes, quizá no les moleste pero seguramente moldea sus identidades, más fluidas y menos estables. El tiempo para la reflexión, introspección, soledad escasean. Los conceptos de privacidad y propiedad y autoría se modifican. Pero lo que más cambia es lo que por milenios significó pertenecer a una comunidad: la capacidad de contactarse con cualquier otro las 24 horas del día afectan a la idea de intimidad, la imaginación, la democracia, la acción social y ciudadana.
Para los ancianos, el mundo digital es un misterio. Para los de mediana edad, continuamos viviendo en dos mundos –el predigital y el digital– y aun podemos sentir nostalgia por épocas sin Blackberrys. Pero todas las personas que quieran entender a sus hijos o nietos deben hacer el esfuerzo de “volverse nativos” y al hacerlos, nosotros, los inmigrantes o paleolíticos digitales, tal vez podamos sentirnos tan fragmentados, inciertos sobre nuestra privacidad, tan tironeados por toda clase de comunidades, como cualquier quinceañero.
Howard Gardner es psicólogo y autor de la teoría de inteligencias múltiples.
Nuestras flechas y huesos
Por Juan EnrIquez
El impacto más fuerte en mi vida y en la tuya es que Internet nos garantiza inmortalidad. Pensá en la cantidad de puntas de flecha, huesos y tejidos descubiertos, desenterrados, estudiados. Si bien esos fragmentos nos han permitido saber mucho sobre nuestra historia dejan a la vez abiertas grandes lagunas llenas de conjeturas, teorías, especulaciones. Debido a que nuestro conocimiento del pasado depende de muy poco sobre unos pocos, la historia que sobrevive es la de un puñado de personas. Pero mientras mejoramos en la forma de transmitir y preservar información, de a poco sabemos un poco más de muchos más.
Cualquier arqueólogo, sociólogo o historiador electrónico que examine nuestras vidas digitales será capaz de comprender, mapear, contrastar, juzgar nuestras vidas de una manera distinta, mucho más detallada que las generaciones anteriores. Los sociólogos o arqueólogos del futuro tendrán un detallado acceso a todo lo que hayamos leído, ignorado, borrado, forwardeado. A lo que se suma la información en Facebook, Twitter, Google, blogs, diarios, perfiles de Flickr que visitamos. Tendrán una imagen más completa y extraordinaria de nosotros. Es virtualmente imposible editar o eliminar en la actualidad los rastros de nuestras vidas online. Para bien o para mal, hemos conseguido lo que los egipcios y griegos más anhelaron: inmortalidad.
Juan Enríquez es el fundador del Life Sciences Project de la Harvard Business School.
Si todos los chinos piensan al mismo tiempo...

Por Jamshed Bharucha
La sincronización de los pensamientos y el comportamiento promueve la cohesión grupal, para mejor o para peor. La gente adora compartir experiencias y emociones. Nos alimentamos unos a otros. La sincronización crea una sensación de actuar colectivo. Nunca antes en la historia los seres humanos han sido capaces de vincularse como lo hacemos ahora a esta escala. Somos seres sociales e Internet es la herramienta social más poderosa con la que los cerebros humanos han trabajado.
La gente quiere sentirse parte de un grupo o de muchos. La identidad grupal es el pegamento que nos mantiene unidos. La afiliación a un grupo nos afirma, nos motiva.
A través de la red, personas con los mismos intereses y problemas pueden encontrarse, creando nuevos grupos con nuevas identidades. Pero como ocurre con cualquier tecnología, Internet puede usarse constructiva o destructivamente. De cualquier manera la fuerza aglutinadora de Internet no sólo ha cambiado la manera en que pensamos sobre nosotros mismos y sobre el mundo; ha permitido posiblemente el surgimiento de una forma inesperada de cognición: una que ocurre cuando las mentes individuales se sincronizan.
Jamshed Bharucha es psicólogo cognitivo.
Uno y sus circunstancias
Por Dave Morin
Mi generación es la primera que ha vivido toda su vida con Internet. Internet es cómo pensamos. Hemos desarrollado un modo de pensar que depende de estar conectado a un gráfico siempre cambiante de todas las personas e ideas del mundo. Internet ayuda a definirnos, evolucionar y crecer. Internet es social. Internet es un modo de vida. Internet proporciona contexto.
Dave Morin (davemorin.com) es empresario y empleado de Facebook.
¿Y usted qué piensa, Internet?
Por Daniel Hillis
El impacto real de Internet es que cambió nuestra manera de tomar decisiones. Cada vez más, no son los individuos humanos los que deciden sino una red adaptativa e intrincada de humanos y máquinas. Esa red fue creada, pero no totalmente diseñada, por nosotros. Ella evolucionó. Nuestra relación con ella es semejante a nuestra relación con nuestro ecosistema biológico. Somos codependientes y no la controlamos completamente.
Daniel Hillis es físico y autor de The Pattern on the Ston